Ciencia por la verdad: 35 años del Equipo Argentino de Antropología Forense

Dic 3, 2019

Mariclaire Acosta
Texto publicado originalmente en Animal Político

Agradezco al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y a la Universidad de Quilmes, Argentina, la invitación a participar en esta ceremonia conmemorativa del Premio Latinoamericano Juan Gelman otorgado al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en 2018, por su compromiso con la ciencias sociales y los derechos humanos.

La lectura del libro Ciencia por la verdad; 35 años del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) supone un recorrido intenso, extraordinario, de cómo un puñado de jóvenes y su maestro -en uno de esos breves momentos luminosos y poco frecuentes de la historia- logran dar un vuelco al horror del exterminio sistemático de quienes incomodan a los poderosos, y recuperan, para centenares, y luego miles de víctimas, el regreso a sus familias, sus comunidades, para devolverles su dignidad como personas humanas. En otras palabras, para reestablecer su derecho a la identidad, y como consecuencia su acceso a la justicia.

Porque en eso consiste el trabajo en los casos de genocidio, crímenes atroces y violaciones graves, masivas y sistemáticas a los derechos humanos realizado por el EAAF, y de quiénes han formado, a lo largo de los años. Su objetivo es que las víctimas y sus familias vuelvan a ocupar un lugar en el mundo, el que les corresponde por sus circunstancias e historia particular; pero además de ser devueltas y reconocidas, que puedan aportar las pruebas que permitirán que los perpetradores de los crímenes sean llevados ante la justicia por haber cometido o permitido semejantes atrocidades. Y todo esto con el auxilio de la ciencia, puesta al servicio de los derechos humanos.

Si bien la historia del EAAF comienza en su país, con el paso de los años su trabajo como especialistas en investigación forense ha llegado a abarcar casi al mundo entero. El libro que hoy presentamos recoge estampas de su actividad en sitios tan diversos como el Kurdistán, Sudáfrica, Vietnam, España, y Guatemala, para nombrar sólo algunos. Como tal, es también una especie de atlas de la barbarie, a la vez que un testimonio del incansable esfuerzo de la humanidad por recuperar la paz y la civilidad a través de la búsqueda de la verdad y la justicia.

En la Argentina de mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, las organizaciones de derechos humanos colaboraron con jueces y fiscales para encontrar a las miles de personas víctimas de desaparición forzada y ejecuciones extrajudiciales perpetradas por la dictadura cívico-militar. Fue así como llega a ese país Clyde Snow, un antropólogo forense, invitado por las Abuelas de Plaza de Mayo, gracias al apoyo de una asociación estadounidense dedicada al desarrollo de la ciencia. El azar hace que su traductor, un joven estudiante de medicina de nombre Morris Tidball, reúna a sus compañeros de estudios ante la negativa del Colegio de Antropólogos de colaborar con el experto texano en la tarea de exhumar los cuerpos de las fosas clandestinas esparcidas en los cementerios. Ese grupo de estudiantes de los últimos años de las carreras de medicina y antropología se anima, bajo la tutela de Snow, a emprender la difícil y peligrosa tarea de identificar los restos encontrados en las tumbas señaladas como NN. El periodo de apertura del gobierno de Alfonsín dura muy poco, pero no así la perseverancia de los jóvenes y de las organizaciones a las que acompañaron. Gracias a su esfuerzo ha sido posible restituir a muchas víctimas y castigar a los culpables a lo largo del tiempo.

El mundo actual no ha dejado de padecer violencia y abusos graves y masivos de los derechos humanos, en particular los derechos a la libertad, la vida, la integridad de la persona, la identidad y el acceso a la justicia. Estos abusos siguen tomando la forma de detenciones arbitrarias, desaparición, tortura y ejecuciones, y son resultantes de conflictos armados, regímenes represivos y macro-criminalidad, entre otras causas. El EAAF ha sabido responder a este enorme desafío. Para ello cuenta con el apoyo de las organizaciones de familiares y derechos humanos de muchos países, así como de organismos internacionales y algunos gobiernos. Su actividad se ha expandido y evolucionado a través de iniciativas tan valiosas como la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de las Personas Desaparecidas, un mecanismo creado para compartir experiencias, evitar la repetición de errores y optimizar recursos para combatir una problemática singularmente extendida en la región. De éste esfuerzo nacieron la Fundación de Antropología Forense de Guatemala y el Equipo Peruano de Antropología Forense, ambas organizaciones que han brindado un apoyo esencial a miles de víctimas y sus familiares, a través de iniciativas como la aplicación de la genética para la identificación masiva de restos.

La semilla sembrada en Argentina ha dado fruto en lugares insospechados. Actualmente la Escuela Africana de Derechos Humanos y Ciencias Forenses (2012), y su homóloga, la Escuela Latinoamericana de Ciencias Forenses y Derechos Humanos (2017), ofrecen cursos y capacitación en un conjunto de disciplinas, todas ellas orientadas a la restitución de los derechos humanos de las víctimas y sus familiares.

El EAAF ha sabido combinar el avance de la ciencia y la tecnología, con una mirada fundamentalmente humanista. Su metodología se basa en el trabajo directo con las víctimas y las personas afectadas por lo hechos, y tiene un enfoque integral, cuyo objetivo es encontrar los vínculos entre los diferentes actores que participan en las búsquedas y los procesos forenses. Luis Fondebrider, uno de los fundadores del Equipo, lo resume así cuando se refiere a la capacitación en identificación genética brindada en Vietnam: el objetivo perseguido es enseñar “…cómo organizar la búsqueda de los desaparecidos y la información sobre los hechos, la relación con los familiares, la participación de la justicia, las comisiones de la verdad…” (p. 123) En ese país, las sucesivas guerras de descolonización del siglo XX han dejado un saldo de tres millones de víctimas civiles y 700 mil soldados sin identificar.

Hace apenas unos meses, en julio de este año, el EAAF convocó al Encuentro Internacional sobre Nuevas Tecnologías de Búsqueda Forense , celebrado en la Ciudad de México, en donde tienen una oficina. En el Encuentro se discutieron métodos para la localización de fosas a través de técnicas como la percepción remota y la geolocalización, el trabajo con informantes, la documentación de casos, la creación de narrativas a través del manejo de datos y meta-datos, y la arquitectura forense, entre otros. Además de compartir experiencias y conocimiento, una finalidad principal del evento fue la de apoyar al pujante movimiento mexicano de familiares de víctimas de desaparición, que se cuentan en decenas de miles. El Comité Ciudadano del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas, tiene el privilegio de contar con la participación de Mimi Doretti, también fundadora del EEAF, y organizadora del evento.

Termino mi presentación con una breve reflexión sobre los numerosos aportes del EEAF a mi país, México, el país de las miles de fosas clandestinas.

Tuve el oportunidad, en el año 2001, de promover la cooperación del gobierno de México con el sistema internacional de protección de los derechos humanos. En el marco de un acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Derechos Humanos, invitamos al EEAF a proveer capacitación a las organizaciones de derechos humanos y operadores de justicia en materia de identificación forense. La desaparición forzada de los ancianos de la comunidad indígena del Ejido Morelia durante los primeros días del levantamiento zapatista en Chiapas, y las masacres de Aguas Blancas, Acteal, El Charco, entre otras atrocidades, aún estaban frescas en la memoria, y era necesario abrir esos casos a un escrutinio imparcial y desinteresado que condujera eventualmente a su enjuiciamiento y castigo. No imaginábamos entonces que eventos como éstos se multiplicarían pocos años después en el contexto de una absurda “guerra contra las drogas”, y que pese a nuestros esfuerzos, la mayoría de ellos quedaría en la impunidad.

Dichos entrenamientos permitieron que las organizaciones de derechos humanos se familiarizaran con la antropología forense, y ello condujo, con el paso del tiempo, a su participación en el esclarecimiento de la verdad en algunos casos emblemáticos narrados en el libro, como son los feminicidios de Campo Algodonero en Ciudad Juárez (2005), y años después, el secuestro y desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, a manos de la policía municipal y estatal (2015).

En ambos casos, el aporte del EAAF ha sido fundamental para revelar la obstrucción de la justicia en el tratamiento de la evidencia por parte de las autoridades encargadas de la investigación de los hechos. Finalmente, el caso de Campo Algodonero terminó en un tribunal internacional, cuyo fallo sobre la actuación del Estado fue fulminante, al señalar que éstas “…no investigaron diligentemente las desapariciones a efecto de prevenir daños a la integridad psíquica o física y/o la muerte de las jóvenes…” (pag. 104). En el caso de Ayotzinapa, la evidencia aportada por los expertos del EAAF y el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes convocado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, permitió echar por tierra la “verdad histórica” del asesinato de los estudiantes esgrimida por el gobierno de Peña Nieto, y eventualmente dio pie al establecimiento de una Comisión para la Verdad del caso mandatada por un tribunal federal y asumida por el gobierno actual.

Señalo estos dos ejemplos sin el ánimo de denunciar a nadie, sino para poner de manifiesto cuán lejos estamos aún de obtener verdad y justicia para los miles de desaparecidos y ejecutados de México. No hay todavía la suficiente voluntad política para ello a pesar de los esfuerzos de sus familiares que hurgan el terreno con varillas para encontrar sus restos.

Estela Carlotto, fundadora de la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo nos dice en algún capítulo que, gracias al EAAF “…muchos de nosotros pudimos identificar los restos de nuestros familiares, conocer la verdad y empezar a transitar el camino de la justicia..”(pag. 131). Esto fue así porque los esfuerzos del Equipo se insertaron un un proceso histórico de búsqueda de la verdad, la justicia, la reparación del daño y el establecimiento de garantías de no repetición emprendido –con sus viscisitudes y tropiezos- por las y los argentinos a lo largo de tres décadas y media. En México aún estamos lejos de ello pese a los esfuerzos de muchos.

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