Alfredo Lecona
Texto publicado originalmente en Animal Político
En su conferencia matutina del pasado lunes 27 de enero, Andrés Manuel López Obrador pronunció 5,552 palabras. Apenas destinó 532 a una pregunta hecha sobre la Caminata por la Verdad, Justicia y Paz que arribó el pasado domingo al Zócalo de Ciudad de México. De ellas, solamente 98 fueron directamente relacionadas con las víctimas que marcharon a Palacio Nacional así como las propuestas entregadas en sobre cerrado para los ojos del presidente: la elaborada por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y la ciudadana emanada de las mesas de trabajo conformadas a petición del propio López Obrador después de la reunión con víctimas, el 14 de septiembre de 2018, en Tlatelolco. En las propuestas no profundizó.
Las otras 434 palabras fueron para fortalecer la narrativa en la que el presidente se mueve cómodamente: lo que él llama la hipocresía de sus adversarios conservadores que habían callado sobre los problemas del país hasta que arribó a la presidencia.
“Y como todos los conservadores son muy hipócritas -esa es su doctrina, la hipocresía- se olvidan de lo que hicieron. Por ejemplo, hay organizaciones afines al conservadurismo que en el tema de la violencia no están demandando, no están exigiendo una explicación cuando menos a los gobiernos que tomaron la decisión de enfrentar el problema de la inseguridad con el uso de la fuerza, con el ‘mátalos en caliente’.
Esas organizaciones no están pidiendo que se investigue a fondo cómo el secretario de Seguridad Pública de Calderón estaba involucrado con la delincuencia, ese señor que está detenido en Nueva York, García Luna, ¿o escucharon ustedes algo de eso o han escuchado algo sobre García Luna?
Entonces, padecen amnesia y todo lo empiezan a ver -como que hasta ahora están abriendo los ojos- a partir de que llegamos nosotros. Guardaron silencio, callaron como momias”.
Sin referirse a nadie en concreto que pudiera replicar la acusación (y como si la misma fuera lo más importante) el presidente lanzó un “adivinen quién” a la opinión pública para que, junto con la agresión que un grupo de sus simpatizantes hizo contra la caminata en el Zócalo, lo principal, lo que realmente dejó la caminata –el dolor, las atrocidades y la agenda de justicia- quedara en segundo plano.
Como las “benditas redes sociales” y la opinión pública han hecho su trabajo al recordarle que no hubo amnesia en los mensajes de la caminata,1 debemos superar los distractores y hablar de todo lo que el presidente decidió no posicionar para minimizar un movimiento que no solo se manifestó, le llevó propuestas; le llevó una agenda de construcción de paz, como recordatorio de la promesa incumplida en Tlatelolco, cuando se comprometió ante cientos de familiares de víctimas a impulsar la agenda de justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición, la de justicia transicional que le urge al país.
El reto es enorme. Las víctimas y sus familias acuden a las marchas y a cualquier espacio donde puedan exponer sus casos particulares, pues es natural e incuestionable que el interés superior de cualquier familia es encontrar a quienes aman y que exista justicia para los responsables de su dolor; pero también es cierto que manifestaciones como las de la reciente caminata, con miles de casos expuestos, dejan ver la dificultad de encontrar salidas a la crisis si no se invierten esfuerzos para acabar con las perversas condiciones que permiten que sigan sucediendo hechos atroces y generando más víctimas.
Como se expresó en la movilización, es cierto que esta administración heredó el horror, pero también es cierto que no se ha avanzado en la construcción de verdad, justicia y paz. Las redes de macrocriminalidad que se han creado y fortalecido en los últimos 13 años deben desarticularse y así se le expuso al Presidente durante la campaña y en el referido encuentro de Tlatelolco, cuando aceptó la creación de una Comisión Nacional de la Verdad y un Mecanismo Internacional contra la Impunidad con participación de la ONU.
En lo que va del gobierno, el compromiso con la justicia transicional ha desaparecido y en cambio se ha intentado hacer pasar esfuerzos importantes, pero aislados, como políticas de justicia transicional, cuando es esencial que se respete la integralidad y reforzamiento mutuo de sus objetivos (justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición) y no elementos o mecanismos separados, como las piezas de un motor desarmado. No habrá trueque de piezas que alcance para acabar con la crisis, las necesitamos todas operando en conjunto.
Como ya se expuso anteriormente en este espacio, esfuerzos como la Comisión para la Justicia y la Verdad del caso Ayotzinapa apuntalan a solo uno de los miles de casos que han sucedido, siguen y probablemente seguirán sucediendo en nuestro país si no hay un cambio de raíz.
Por eso una de las estampas más emblemáticas del domingo fue el encuentro de familiares de los normalistas con una marcha integrada por familias de víctimas de hace muchos años, pero también muchas recientes, como las del colectivo “A tu Encuentro” de Guanajuato, que representan 100 casos de desaparición, la mayoría del año pasado. Dolores antiguos y nuevos que se encuentran, se abrazan y son hermanados por el dolor acrecentado por la impunidad.
En un debate de altura –decíamos– deben superarse los distractores para lograr explicar por qué la atención e impulso de la agenda debe encontrar necesariamente el respaldo presidencial y por qué es un error reducir la agenda propuesta a un asunto de policías y militares. Al haber enviado a su gabinete de seguridad al encuentro con la comitiva de la caminata, el presidente parece no entender que lo que se pide es justicia y verdad, que no son materia de las instituciones de seguridad. Se le pide que sea jefe de Estado y guíe a su país, de la mano de las víctimas, en la transición.
Cuando López Obrador dice que no se está pidiendo que se investigue a fondo al exsecretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón, también se equivoca, pues precisamente lo que se pide es la creación de mecanismos extraordinarios para que se pueda investigar y desmantelar las redes de complicidad que han generado la crisis a los más altos niveles, en los últimos años, mientras los mecanismos ordinarios de justicia se recomponen.
En México no se está juzgando a Genaro García Luna como responsable de la violencia como tampoco se hace con exgobernadores y funcionarios que enfrentan procesos derivados de probables actos de corrupción, pero no de las masacres y la violencia. Esa narrativa aún falta; ese déficit de explicar lo sucedido perdura. De ahí la necesidad de un proceso de justicia transicional.
En el camino de Cuernavaca a Palacio Nacional hubo solidaridad, cansancio, encuentros y dolores, pero también propuestas concretas. Un recordatorio de hoja de ruta.
Esto es lo central de la exigencia y lo que nos debe dejar el caminar. 5552 palabras no pueden borrarlo.
1 Javier Risco, por ejemplo, publicó ayer el “Silencio de los Activistas”